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miércoles, 7 de enero de 2009

Haití, entre las tormentas y el desamparo

Por JONATHAN M. KATZ
GONAIVES, Haití (AP).- Desde una precaria barraca hecha con bolsas de arena, el campesino observa los cimientos de su vivienda y custodia las pocas pertenencias que le quedan: un pico, un azadón y un poco de carbón.
Esta es la tercera vez que Olisten Elerius se dispone a construir su modesta casa de hormigón. Hace cuatro años, la vivienda fue inundada por la tormenta tropical Jeanne, que mató a su padre, su hermana y un sobrino.
En el 2008, Hanna destruyó nuevamente la casa y se llevó a su hija y a otra hermana. Luego del paso de Jeanne en el 2004, más de 70 millones de dólares en asistencia fueron destinados a alimentos, medicinas y la creación de empleos, pero muy poco fue usado para mejorar el control de las inundaciones. Si bien abundaron las promesas de evitar desastres como ese en el futuro, casi no se han construido sistemas de desage, no se han arreglado las carreteras ni se ha hecho nada por combatir la erosión.
En otros sectores de Haití, Estados Unidos puso en marcha un ambicioso programa de control de inundaciones. La planificación, no obstante, se demoró tres año y medio y Gonaives no fue incluida en el proyecto por falta de fondos.
Cuando cuatro tormentas azotaron la región este año en un solo mes, nada impidió el desborde del río La Quinte, que llenó de agua los terrenos de campesinos como Elerius en su marcha hacia el centro de Gonaives, donde hombres, mujeres y niños tuvieron que nadar varios kilómetros para escaparle a las aguas.
La tormenta mató a 793 personas y causó destrozos por valor de mil millones de dólares. “Los funcionarios del gobierno vienen a sacar fotos y tomar medidas. Dicen que van a ayudar, pero nunca hacen nada”, se queja Elerius. Las autoridades admiten que no se hace lo necesario.
“Sacamos adelante a Gonaives” tras el paso de Jeanne, afirmó Alexandre Deprez, funcionario de la Agencia para el Desarrollo Internacional, del gobierno estadounidense (USAID). “Pero es cierto que no le dedicamos el tiempo ni los recursos requeridos para las necesidades a largo plazo”.
Las inundaciones en Haití no son un desastre natural, sino el resultado de la deforestación, la erosión y la pobreza. Los campesinos talan los árboles para usar como leña y plantan cultivos de raíces cortas.
Lluvias que en otros sitios pasarían casi inadvertidas, en Haití pueden causar enormes perjuicios. En el 2004, Elerius estaba trabajando en la vecina República Dominicana cuando Jeanne se abalanzó sobre su vivienda y se llevó a su padre, una hermana y un sobrino.
Los residentes de Gonaives buscaron refugio en los techos de sus casas tras el desborde del río. Llegó ayuda desde distintos países. Elerius regresó justo cuando llegaban vehículos blancos de organizaciones no gubernamentales para distribuir ayuda en Gonaives, al norte de Haití.
Las Naciones Unidas se propusieron recaudar 37 millones de dólares y Estados Unidos aportó 45 millones. Todo el mundo pidió ayuda a largo plazo, con buena planificación y suficiente financiación.
Las autoridades haitianas pidieron a los organismos de ayuda que trabajasen en proyectos que pueden salvar vidas, como el control de los ríos, la reparación de carreteras, el diseño de mejores canales y la construcción de viviendas con mejores sistemas de desage, que canalizasen el agua hacia el mar.
Las Naciones Unidas recaudó menos de la mitad de lo que se había propuesto, en parte porque cuatro meses después se produjo el tsunami en el océano Indico, que desvió muchos recursos.
La violencia y la inseguridad, por otra parte, afectaron los trabajos. El Banco Interamericano de Desarrollo extendió préstamos por 10 millones de dólares, la mayor parte de ellos destinados a la construcción de un sistema de desage.
El proyecto fue suspendido cuando bandidos se robaron el cemento y el acero, según el funcionario del BID Philippe Dewez.
Washington destinó su ayuda a proyectos a corto plazo y no logró cumplir modestos objetivos relacionados con la construcción de viviendas, carreteras y puentes.
Elerius reconstruyó la casa de su familia en Mapou, una zona plana en las afueras de la ciudad, a 10 metros (50 pies) del río La Quinte, que baja de la montaña y se dirige al mar. Estados Unidos se abocó a plantar arbustos y construir terrazas en las laderas para combatir las inundaciones. Hoy, no obstante, se observan pocos árboles y arbustos, que sirven de alimento a las cabras.
La agencia Transparencia Internacional, que produce índices de corrupción en todo el mundo, dice que los fondos públicos --no se conoce la cantidad exacta-- fueron distribuidos con poca supervisión del gobierno.
Poco después del paso de Jeanne, USAID asignó 18 millones de dólares a un proyecto para combatir las inundaciones.
Las obras comenzaron recién en febrero del 2008. El informe inicial recomendó que se tomasen medidas en las regiones más proclives a sufrir inundaciones, incluida Gonaives.
Pero el Congreso estadounidense aprobó suficiente dinero para encarar dos proyectos menores, en Limbe, al norte, y Mountrouis, al oeste. También se asignó algún dinero a un proyecto en el río Puerto Príncipe. “Con los fondos que nos dieron, nos preguntamos, ¨por qué ir a lugares donde no vamos a conseguir nada?”, declaró Deprez a la AP. “Vayamos a sitios donde podemos tener un impacto y ensayar los métodos recomendados”.
Deberán pasar cinco años para saber si las obras funcionan. Pero las tormentas no se hacen esperar. A mediados de agosto llegó Fay, seguida por Gustav, Hanna y Ike, que destruyeron miles de viviendas, acabaron con los cultivos e hicieron que el país retrocediese varias décadas.
Empeoró el hambre de muchas familias, que ya era un problema serio. En la tarde gris del 2 de septiembre en Gonaives, comenzó a acumularse agua en las quebradas. No se dio orden de evacuación y, de todos modos, no había nada planificado para sacar a la gente del lugar.
Nadie había removido los árboles derribados por los temporales, que taponaban un puente sobre el río La Quinte, haciendo que las aguas se desviasen. Elerius estaba comprando cosas en la ciudad cuando escuchó que se avecinaba otra tormenta.
La radio decía que el temporal enfilaría hacia el norte, sin afectar demasiado a Haití. Pero la gente decía que había llegado con fuerza a Gonaives. Elerius regresó a su casa y se encontró con que el río era un océano que se había devorado a su familia y sumergido su vivienda.
Se zambulló en el agua y logró sacar a su esposa y su hijo Jonslay, de cuatro años. Luego llamó a gritos a su hija de seis años, Joniska, y a su hermana Jimele, de 21. Ninguna de las dos respondió.
No había carreteras que permitiesen irse del lugar. La gente estaba atrapada. Se subía a los techos para escaparle al agua. Pasaron cuatro días antes de que comenzase a llegar ayuda de las Naciones Unidas en barcos. Las agencias de asistencia dicen que su trabajo impidió que muriera mucha gente.
Pero los sobrevivientes aseguran que hubo menos muertes que en otros años porque la gente tomó nota de lo sucedido con Jeanne y buscó refugio en sitios altos al llegar el agua.
Gonaives es hoy la imagen de la desolación. Familias enteras que perdieron sus viviendas se refugian en tiendas. Los hombres tratan de pescar algo en aguas estancadas. Los caminos hacia Puerto Príncipe siguen sumergidos bajo un enorme lago. “Todos fallamos”, declaró el ex coordinador de emergencias de Gonaives Faustin. Ya han aparecido de nuevo los vehículos todoterreno blancos y la ONU inició una campaña para recaudar 127 millones de dólares.
El gobierno haitiano asignó 198 millones de dólares a obras de infraestructura. Washington prometió 30 millones de dólares y el Congreso estadounidense aportaría otros 98 millones.
El presidente Rene Preval declaró en septiembre, ante la Asamblea General de la ONU, que temía que “cuando pase esta primera ola de ayuda humanitaria, quedaremos como siempre, solos, enfrentando nuevas catástrofes, y veremos cómo comienzan de nuevo, como si fuesen un ritual, las mismas movilizaciones”.
http://www.elnacional.com.do/nacional/2009/1/6/3884/Haiti-entre-las-tormentas-y-el-desamparo

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