La noche no debería existir en los andenes de las estaciones. Sobre todo cuando un bebé atado a un gorrito espera entre los brazos de su madre. Sus ojos miran mi bolígrafo brillante y yo se lo ofrezco. Pero no sirve de mucho. Sólo habla el lenguaje de las flores plastificadas.
Un tren llega lleno de pasajeros que sonríen lloviéndoles manos al subterráneo del que salen. Y yo tengo que tomar ese mismo tren sólo que en dirección contraria, hacia Sevilla. Estoy en un pueblo de lo que algunos llamarían "la españa profunda". Yo simplemente lo llamo "mi lugar de trabajo". A setenta kilómetros de mi ciudad. En una estación vieja. Casi sola rodeada ahora de tanta oscuridad.
Son las diez y cuarto de la noche, hay unos hombres con aspecto elegante, para variar, charlando en la puerta. Sin mirarles, dejo caer un corto “buenas noches” al que todos contestan. Me siento donde siempre deslizando ideas en un papel, dudando de casi todo.
Él entra acompañado de otros hombres empapelados de seriedad. Sus ojos verdes me preguntan sobre el libro que tengo en mis manos. Yo hablo entusiasmada de las ideas budistas que descansan en las páginas del libro. Corre una confianza simpática entre ambos. Me pide permiso para sentarse frente a mí. Me pregunta a qué me dedico. Le hablo de mis clases, de mis alumnos, de mi profesión. Él me dice que es especialista en derecho penal. Que es abogado.
-¿Qué hace un especialista en derecho penal en un pequeño pueblo perdido entre córdoba y Sevilla?
-Aparte del derecho...tengo otro trabajo. Soy policía.
-¿Eres policía?...-Yo no le creo. Pienso que está bromeando y se lo digo. Él, serio, aparta la americana y me deja ver su arma. Me asusto por momentos a lo que él añade:
-Claro que podría estar de broma y podría ser un ladrón...-Sigue jugando con las palabras
- ¿Por qué crees que el revisor no me ha pedido el billete al pasar junto a mí?
-Podría ser amigo tuyo...-Pero efectivamente el revisor no le pidió el billete al pasar y desde luego no parecían amigos.
Seguimos hablando de otras cosas. Como si fuéramos amigos de la infancia. Desembocamos no sé cómo, en la mitología griega. Le hablo de mi ex marido y me pregunto por qué. Demasiadas confianzas para ser un hombre al que acabo de encontrar.
Parece una aventura deliciosa en este vagón del tren. Reímos. Apenas me fijo en él. Más bien trazamos conversaciones y nos burlamos de ellas. Nunca se han hecho tan cortos estos cuarenta y cinco minutos de viaje.
El tren empieza a bostezar. Los bostezos de los trenes tienen que ver con el amor. Exteriorizan el placer.
Antes de bajar, ya en Santa Justa, la estación Sevillana, se acerca uno de sus compañeros y sonriendo dice:
-Ya sé por qué has cambiado nuestra compañía por la de esta muchacha. Nosotros no somos tan atractivos...-Me ruborizo.
Bajamos. Sus compañeros van delante y nosotros sin planearlo, caminamos lentamente.
Efectivamente ellos se dirigen hacia la comisaría. Cuando subimos al andén él me dice que espera encontrarme otro día. Yo asiento y nos deseamos buenas noches.
Al día siguiente llegué a la estación para mi tren de las 14:25 con un libro de mitología griega en la mano. Mi vida sigue. El trabajo me ocupa un tiempo grande. Algunos me dicen que debería desconectar más. Pero cuando pongo mi alma en lo que hago no puedo evitar involucrarme hasta ciertos extremos que no siempre son correctos. Los alumnos vienen a las clases no sólo para aprender. Vienen desde experiencias difíciles. Vienen buscando mejorar en todos los niveles. A veces es difícil luchar contra todos los avatares que traen sobre sus espaldas. Pero si no se hace nada, si no encuentran un sostén y sólo una fría pedagogía estoy segura que para la mayoría será muy difícil la mejora.
Llevo un grupo de alfabetización. Hay analfabetos. En los países que se dicen avanzados. Podemos considerar a nuestro país como avanzado. Eso dicen. Hay analfabetos también en países más avanzados que España. Que deben ser la mayoría. Los he encontrado en Alemania, en Francia, en Suecia...
En nuestro país el grupo de analfabetos viene especialmente de la generación post-guerra, de grupos de inmigrantes, de personas que vienen del tercer mundo y de la etnia gitana.Llevo otro grupo que quiere acabar los estudios primarios que por una razón u otra no finalizaron en su tiempo. Suelen ser personas más jóvenes que tienen ya un cierto grado de conocimiento. Con una mejor base cultural. Más aptos para aprender.
Lo cierto es que una buena parte del alumnado viene a los centros en busca de cambios. No siempre realmente necesitan un título, no siempre necesitan leer una carta. Necesitan ser escuchados, atendidos, relacionarse, cambiar de esfera. Y así lo entendemos.
Somos cinco profesores. Mis compañeros viven en el pueblo. Están más curtidos que yo en la pedagogía de los adultos. Yo diría que se protegen más y que se mezclan menos. Yo sólo llevo dos años en este mundo. Intento adaptarme. Ni siquiera vivo en el lugar de trabajo. Hago tres horas de viaje cada día para trabajar y para eso tomo el tren. Un medio de transporte que no conocía a fondo antes.
El tren es como una barra de pan recién hecha, llena de ingredientes raros, ricos, nutrientes. Una barra de pan con la que podemos acompañar otros alimentos de la vida. Una barra de pan que puede en ocasiones provocar una cierta acidez.Y si el tren es un pan recién hecho, las distintas estaciones podemos considerarlas como especiales panaderías, con olores, sabores, calores distintos pero comunes.Y da la casualidad de que yo no como pan. Interesante paradoja. Quizás debería. Quizás comenzaré mañana.
Sara Villegas Gonzalez
http://encontreelolimpobajomicama.blogspot.com
Abrimos este espacio en 2007 cuando en Haití se hablaba también español debido a la presencia de los soldados latinos de la MINUSTAH. Una ventanilla de expresión hispánica para verse mejor . Después del 2010, el mundo hispano se ha acercado bastante a Haití. Sirvio para darse cuenta del distanciamiento de sus vecinos de culturas hispanas casi todas. Esta sigue abierta para recibir todos aquellos que quieran entender y ayudar a esta nación patrimonio de la humanidad.
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