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domingo, 21 de noviembre de 2010

EDITORIAL...Las tragedias de Haití

Su visible resultado incorpora el impacto del terremoto de enero último, multiplicado por la ausencia o ineficacia de estructuras nacionales Haití se sumerge en sus tragedias. La situación desesperada de millones de haitianos demanda una acción más enérgica de la comunidad internacional
08:21 p.m. 20/11/2010
Las tragedias de Haití llenan las páginas de la historia de esta otrora bella nación. Su recuento está signado por la violencia que ha enfrentado durante siglos a los varios estamentos sociales, así como por un sinnúmero de intervenciones militares extranjeras y una cruenta sucesión de tiranos, además de las inclemencias de la naturaleza.
El resultado de este multifacético pasado se observa hoy en un país catalogado por los expertos como un Estado fallido. Su visible resultado incorpora el impacto del terremoto de enero último, multiplicado por la ausencia o ineficacia de estructuras nacionales capaces de absorber el influjo de una cuantiosa ayuda internacional. Asimismo, la infraestructura básica yace esparcida entre los escombros de edificaciones deficientes, de barrios enteros desaparecidos y, últimamente, de una epidemia del cólera.
El arribo de esta aciaga enfermedad, posiblemente introducida por uno o varios viajeros contaminados en otros países y continentes, fue como un chispazo que se propagó y multiplicó mediante los desechos humanos descargados en ríos de los que se surten de agua poblaciones enteras. El balance de la epidemia, que ya excede 1.200 muertos, conforme señalan especialistas de las agencias internacionales, presagia escalar por millares debido a la carencia de servicios básicos de sanidad.
Este patético cuadro fue alentado por el terremoto para el que el país no estaba preparado, a diferencia de Chile, donde el sismo de febrero fue muchísimo más intenso y el número de muertes – alrededor de 500– considerablemente inferior a los 230.000 contabilizadas a la fecha en Haití.
El panorama político e institucional haitiano no es menos desalentador. Baste recordar que su historia política ha sido definida por líderes más interesados en incrementar su haber financiero personal que en desarrollar los mecanismos democráticos indispensables para sacar al país de la miseria. El despotismo de los Duvalier, Papa Doc y su hijo Baby Doc, que cubrió casi tres décadas (1957-1986) sentó prácticas que resultaron paradigmáticas para una larga serie de gobernantes posteriores, entre ellos Jean Bertrand Aristide.
De manera significativa, el derramamiento de sangre, ya sea mediante el asesinato de enemigos reales o imaginarios, de las ejecuciones sumarias y los ataques despiadados contra manifestantes adversos al régimen de turno, constituye el hilo conductor de la historia política haitiana a través de los siglos. Y, con ese trasfondo, Haití se prepara ahora a celebrar elecciones generales el 28 del mes en curso. No menos de 19 candidatos compiten esta vez por la presidencia de la nación, muchos afiliados a las franquicias partidistas de Aristide y sus sucesores.
Como resulta fácil apreciar, la campaña política ha devenido en un espectáculo surrealista. En medio de las ruinas, los postulantes organizan animados eventos en los que abunda música y danza. Muchos de estos encuentros son transmitidos por televisión, a pesar de que la abrumadora mayoría de los votantes carece de acceso a ese medio.
Como en el pasado, los comicios atraerán a centenares de observadores de Gobiernos y organismos no gubernamentales que, como en el pasado reciente, certificarán la pureza electoral. Desde luego, sobrarán incrédulos así como expertos que, al igual que ayer, cuestionarán la transparencia de un proceso en las condiciones reinantes en Haití. A este respecto, cabe señalar que el analfabetismo es apabullante y el transporte y las comunicaciones sufren graves limitaciones, todo lo cual abona las dudas en torno a la elección.
La realidad es que más allá de los vistosos ejercicios electorales, persiste un cúmulo creciente de tareas pendientes que se resumen en una construcción paciente de las instituciones y mecanismos esenciales para que el Estado cumpla con sus deberes hacia la ciudadanía. Hasta la fecha, esto no ha avanzado.
La más evidente muestra de este déficit institucional lo constituyen las aduanas y puertos haitianos, rebosantes de productos donados para aliviar la situación de las víctimas del terremoto, ayudas que resulta harto difícil –si no imposible– desalmacenar debido a la desidia, el capricho o a saber qué otro motivo de los oficiales encargados del trámite. Estos obstáculos han sido motivo de queja recurrente de los donantes y el Gobierno de René Préval que no termina de resolverlos.
Precisamente, las noticias de esas trabas afectan adversamente el desembolso de ayudas en exceso de $5.000 millones para la reconstrucción del país. Entre tanto, Haití se sumerge en sus tragedias. La situación desesperada de millones de haitianos demanda una acción más enérgica de la comunidad internacional frente a un Gobierno incapaz de movilizar la cooperación de sus propios funcionarios. La escalada de violencia que hoy se observa en Haití perfila una explosión mayor y es muy posible que se produzca una salida masiva al exterior, incluyendo el tránsito en botes. El precario viaje y las víctimas que queden en el camino serán el precio de la inacción.
http://www.nacion.com/2010-11-21/Opinion/Editorial/Opinion2597166.aspx

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