By CARLOS ALBERTO ROSALES PURIZACA Con la mente preñada por la impotencia al no encontrar respuestas sobre el amargo presente que les toca vivir, cada haitiano mira con resentimiento el río que atraviesa Artibonite, lugar donde se originó la epidemia y en cuyas orillas acamparon miembros de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah), a quienes se les acusa de originar el cólera vertiendo residuos fecales. A pesar que no se ha confirmado esta acusación, las manifestaciones violentas no cesan, han cobrado algunas vidas y entorpecen las labores para frenar la expansión de una enfermedad, cuya cifra de muertos supera los 1,100, ha infectado a más de 19,000 personas y ha reportado un caso en Miami y República Dominicana.
Un país que aún no se recupera de las consecuencias del terremoto y de un reciente huracán, hoy padece el brote de una epidemia a todas luces predecible dadas las precarias condiciones a las que quedaron expuestos los haitianos después de la tragedia a inicios de este año.
Todos queremos que la epidemia sea controlada de forma sensata hasta lograr reducir el número de víctimas o infectados, pero las calles de Haití nos muestran una realidad diametralmente opuesta: basura expuesta a la intemperie, charcos de agua sucia, un río contaminado en cuyos canales la población lava su ropa y sus alimentos, se baña e incluso algunos llegan a beber de sus aguas.
Entonces, ¿cómo pedir a un país entero que respete las normas de higiene si la mayoría de los haitianos no tienen acceso siquiera a jabón ni agua limpia? ¿Cómo lograr revertir la situación si las condiciones mínimas de salubridad son inexistentes?
Las decenas de personas que mueren a diario por causa del cólera han sembrado en el corazón de los haitianos ignorancia, desconfianza y temor porque ninguno de ellos sabe si la muerte cortará abruptamente su existencia mediante calambres, vómitos y diarrea.
Los haitianos han quedado desprovistos de todo tipo de medio que les permita vivir con dignidad, aún no asimilan la pérdida de sus familiares que perecieron en el terremoto, las inundaciones que generó el huracán y ahora la desolada e incierta visión futura de una sociedad que no está preparada para afrontar una de las circunstancias más extremas que le ha tocado vivir a un ser humano.
Más de un millón de haitianos que viven en los campamentos en Puerto Príncipe ya no toman agua por temor a contagiarse. Cada vez quedan menos camas libres en los hospitales, lo cual hace prever que en algún momento se atiendan a los pacientes en las calles.
Un haitiano que de ese modo concentra todas sus fuerzas para sobrevivir, deberá abrir un espacio político en su mente para discernir la mejor forma de ejercer su derecho ciudadano con total libertad en las próximas elecciones del 28 de noviembre. El próximo gobernante de Haití deberá, además de ser un gran estratega para captar fuentes de financiamiento en la reconstrucción de su país y el control de la epidemia, ser un líder que trasmita seguridad a la población y garantice la salud y educación de los miles de niños y adolescentes haitianos, quienes heredarán un país azotado por la furia de la naturaleza y una sociedad dominada por el miedo a manejar los desafíos del mañana. Esa generación reflejará la esperanza de tejer una nueva historia haitiana, de cimentar las bases de una sociedad que sea capaz de valerse por sí misma. Pero eso sólo se logrará con el apoyo económico, técnico y humano de los demás países.
La situación actual exige no sólo ejecutar una campaña educativa consistente para que la población prevenga el contagio. Además de distribuirse sales rehidratantes y enseñar la mejor forma de usar el agua, se debe pensar el modo más eficaz de desinfectarla. Las propuestas que hagan los países miembros de la ONU en la próxima reunión del 3 de diciembre donde se tratará la situación de Haití deben ir en ese sentido. Las donaciones u otros aportes que puedan hacer los organismos internacionales u otras entidades gubernamentales deben permitir que lo más pronto posible los haitianos accedan a agua de calidad que no ponga en riesgo su salud ni la de los demás porque como se ha visto, la epidemia puede seguir extendiendo sus nefastos tentáculos más allá de las fronteras haitianas.
Aunque parezca que el rostro más cruel de la desgracia se hubiera empeñado en asfixiar los latidos haitianos, todos debemos cooperar para que sea sólo una nube gris que tras su paso, nos permita descubrir la llegada de un cielo despejado, en cuyo reflejo veamos concretado el sueño de una vida de mejor calidad a la que tienen derecho legítimo los niños, jóvenes y ciudadanos de Haití.
Periodista y educador.
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Abrimos este espacio en 2007 cuando en Haití se hablaba también español debido a la presencia de los soldados latinos de la MINUSTAH. Una ventanilla de expresión hispánica para verse mejor . Después del 2010, el mundo hispano se ha acercado bastante a Haití. Sirvio para darse cuenta del distanciamiento de sus vecinos de culturas hispanas casi todas. Esta sigue abierta para recibir todos aquellos que quieran entender y ayudar a esta nación patrimonio de la humanidad.
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