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martes, 14 de octubre de 2008

EL MANGO MIOPE, EL HURACÁN Y LA ALPARGATA

Nos dicen que la pobreza se puede analizar desde muchos aspectos. Algunos tienen que ver con la moral, como la degeneración de la familia o la adicción a las drogas. Otros tienen que ver con el campo de la política. Se habla de falsas causas de la pobreza. Se habla de teorías sobre la pobreza. Se dice que la verdadera causa de la pobreza son las estructuras económicas que impiden el progreso y que perpetúan actitudes empobrecedoras.
¿Eso importa mucho? No importa la causa. O no por el momento.
Siempre ha habido pobreza en el mundo. Los ricos. Los pobres. Siempre los ricos se han aprovechado de los pobres. No se saben si son ricos por ser unos canallas. O son canallas porque son ricos. Dios los condena. Pero ellos fabrican religiones. A su imagen y semejanza. Religiones hechas para manipular. Para entretener. Para doblegar. Crean paraísos para después de esta vida. Para poder así abusar impunemente. Porque después nos veremos recompensados.
No importan las causas. No importa tampoco que las causas sean unas u otras. Lo que importa es que existe la pobreza. Como en el pueblo de los artajerjianos. Un pueblo como otros. Como tantos en el mundo. En continentes no tan lejanos. En todas partes. Ahí está la pobreza.
Había fango. Por las recientes lluvias. Un mango miope acababa de saltar de su árbol. El mango se llamaba Artajerjes. Como es normal.
Había visto durante demasiado tiempo demasiadas cosas. Había resistido a las tormentas, a los ciclones y huracanes. Se había agarrado a la rama con los dientes. Con los cayos. Con las antenas. Y así se había sostenido. Pero bajo él se habían producido muchos acontecimientos.
El huracán último lo devastó todo. Se llamaba “merluza”. Hasta ese momento los huracanes habían tenido nombres de personas. Ahora ellos mismos decidieron que tendrían nombres de pescados.
Cuando Artajerjes saltó del árbol iba verdaderamente enfadado. Con un endemoniado siroco. Además de capear a Merluza y tener que soportar carros y carretas había visto escenas espeluznantes. Chozas destruidas, animales ahogados, enseres perdidos. Decidió que tenía que hacer algo.
Al caer se salpicó todo. Se manchó de barro. Pero no importaba. Con sus botitas de caucho amarillo se puso manos a la obra. Recorrió la ciudad. Estaba vacía. No encontró a nadie.
-Claro. Estaba vacía porque no encontraste a nadie…-Merluza habló.
-Mira, mejor me dejas en paz…so, so…¡¡huracán!!-Artajerjes le gritó. Esto provocó una risotada del elemento meteorológico. Lo que hizo que todo se moviera y él quedara medio despachurrado debajo de un sillón viejo. Merluza se compadeció. Le tendió la mano y le ayudó a levantarse. Los dos empezaron a caminar. Buscando vida. Buscándose la vida. No había caminos correctamente hechos. No había infraestructuras. Los ríos se desbordaban porque no se tenía en cuenta la construcción de los habitáculos. Porque a nadie de quienes dirigían les importaba cómo vivía el pueblo. Y el pueblo se doblegaba.
-Es normal que nos cueste tan poco trabajo producir una catástrofe…Lo hemos comentado en el sindicato de los huracanes. ¿Te das cuenta de cómo están hechas las casas?-Es verdad, que aquello difícilmente podría llamarse viviendas.
En el mundo al que llamamos “desarrollado” nos ponemos de los nervios si la casa no tiene suficientes ventanas, si el apartamento tiene treinta metros cuadrados o si está construido sobre un cementerio indio. Y tenemos polstergeist. En el pueblo de Artajerjes las casas estaban hechas de cartones. Y dentro no había un frigorífico ni un horno microondas. No había nada. Las de mejor categoría se hacían de paja y barro. De esta forma cualquier mal estornudo acababa con tales viviendas. Pero no podían permitirse más.
En el mundo que llamamos desarrollado nos da una crisis de ansiedad si hay un corte de agua porque hay una avería que dura ya diez minutos. Ellos no cuentan con agua corriente y deben ir a buscarla a kilómetros. O beberla de cualquier sitio y luego contraer una enfermedad. Y morirse.
En el mundo al que llamamos “desarrollado” nos enfadamos mucho si el médico no nos atiende correctamente en el hospital. Muchas de las personas del pueblo artajerjiano nunca han visto la cara de un médico.
En el mundo al que llamamos “desarrollado” se hacen planes para la jubilación. La gente se apunta a los viajes organizados y a los bailes de salón. En pueblos como el artajerjiano los que llegan a los cuarenta años ya son considerados afortunados.
Los colegios del desarrollo protestan si no tienen aulas con un ordenador por alumno. En los países como el de Artajerjes, los niños se mueren de malnutrición. Las escuelas son unos antros de palos y paja. Y una clase alberga a montones de alumnos hasta que tienen edad suficiente para trabajar en serio y ayudar a la economía familiar. La gran mayoría no saben ni leer ni escribir. La infancia no existe. Santa Claus no llega a esos sitios porque posiblemente tu GPS no está bien configurado para tales extremos.
No hay un ministerio de la igualdad. No es necesario. Allí son todos iguales. Iguales de pobres.
-No. También hay gente rica…-Dijo una tímida alpargata rota.
-¿Quién eres tú?
-Me llamo Salmoreja.
-Pues ya somos un trío.
-Qué panorama…-Merluza no estaba muy convencido.
La gente del pueblo de Artajerjes volvió a su antiguo sitio. Poco a poco. Con sus hatillos y con sus esperanzas. Caminando, descalzos, arrastrando sus penas, sabiéndose solos. A nadie le importaba la situación que vivían.
Hablaron con Merluza. Él dijo que todo había acabado. Pero no estaban muy seguros. Aún así no tenían más alternativa. Reconstruirlo todo. Lo poco que tenían. Se llevaron a sus animales. Sus gallinas, los que tenían. Sus enseres, los que tenían. Y volvieron a la rutina del no tener nada.
Mientras tanto en otros sitios no lejos de allí los gobernantes se repartían las ganancias. Comían pollos, cerdos, suculentos manjares que les crecían en la barriga. Pero los alimentos, que formaban una sección de la resistencia, se unían entre ellos y se cuadriculaban en flatulencias que les salían por las orejas. Se pegaban a sus órganos internos como la conciencia biliar y mordían en tono de venganza, cólicos nefríticos.
El vino importado que bebían también se incrustaba en sus hígados y sus meninges royéndoles las entrañas.
Los gobernantes que aceptaban las ayudas en forma de dinero venidas del extranjero y que volvían al extranjero casi en el mismo avión que llegaron. Pasaban a los bancos suizos a nombre de personajes que se lucraban con todo aquello. Los ricos se beneficiaban. Y se hacían más ricos. Los pobres, se hacían más pobres.
Todo eso contó Salmoreja. Pero ya lo sabían. Y los tres siguieron caminando. Artajerjes con sus botitas de caucho. Salmoreja con unas pantuflas musulmanas. Merluza con un patinete de siete ruedas. Porque no sabía montar en bicicleta.
Decidieron construirse un cuartel general en el bosque. Tenían que subsistir para reclutar a más gente que quisiera luchar para mejorar la causa. Los primeros días fueron difíciles. Artajerjes dormía con Salmoreja. Y Merluza se hacía una bolita y se ponía a descansar en un rincón.
Durante el día bajaban al pueblo para ayudar en la recolección del arroz, de las patatas y de los frutos que luego comían. Si la cosecha era buena.
-¿Y si no hay buena cosecha?
-No se come.
El tiempo de ayuda pacífica pasó y una noche después de cenar puré de alcachofas se decidió:
-Empezaremos a prepararnos para la lucha armada. Es necesario. Si no esto será una gaita. “No es necesario esperar hasta que todas las condiciones para la revolución existan. El foco insurreccional las puede crear.”
-Pedazo de frase.
-Ya te digo…
-¿Y si nos pillan?
-Y una lechuga. Aquí no nos atrapan.- Comenzaron a bajar al pueblo y decir a la gente cómo podrían mejorar la situación. Se compraron un libro de “cómo hacer una revolución en siete días, para principiantes.” Con este libro aconsejaban también otro cuyo título era “cómo salir de la cárcel y dejar de ser un preso político”. No era muy alentador.
-No importa. Queremos pertenecer a vuestro comando. –La gente del pueblo se iba animando. Iban aprendiendo a leer y escribir. A tener menos miedo a los terratenientes. A ver la vida desde la dignidad.
-Tenemos que obligar a los terratenientes…
-¿Y cortarles las cabezas?
-No. Vamos a hacer una revolución con paz. No con guerra. Intentaremos llegar a un acuerdo con nuestros dirigentes. –Artajerjes hablaba convencido.
-Nos van a canear…
-Que no…-Fueron al palacio de los gobernantes. Cinco minutos más tarde tocaban la armónica en una mazmorra. Ni escucharles quisieron.
Nadie les defendió. Nadie les dio importancia. Nadie recogió firmas para sacarlos de la cárcel…
-Si no saben escribir…
-También es verdad.
-Van a matarnos.
-Eres un lince, tú. Seguro que eras el primero de tu clase.
-Que te calles…-Así pasaron días. No les dieron de comer. No les atendieron. Simplemente los condenaron.
Una mañana los sacaron al patio. Los pusieron frente a una pared. Y los fusilaron. Tres segundos más tarde los tres se fueron tristes.
-Estos nos han matado…
-Pues yo me veo igual.
-Es que eres un mango.
-Y tu una alpargata.
-Y tú un fenómeno meteorológico. Hace falta ser brutos para pensar que podían defuncionarnos…-Los tres se tomaron de la mano. Tranquilamente caminaron dirigiéndose de nuevo a la montaña. Para volver a formar otro ejército. Para desconfiar más de ciertas personas. Para intentar mejorar las cosas a pesar de todo.
Y ahí siguen todavía. Si los veis les dais un saludo.
Autor: Sara Gonzalez Villegas

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