22 SEP 2011 10:59 La escena está sacada de la película The Whistleblower, pero la mujer que la inspiró en la vida real dice que recoge con exactitud lo ocurrido. Madeleine Reees, interpretada por Vanessa Redgrave, era una abogada de los Derechos Humanos en Bosnia cuando pidió ayuda a un superior para frenar el tráfico de adolescentes a manos del personal de Naciones Unidas. La respuesta del funcionario: “Esas chicas son las putas de la guerra. Estas cosas pasan”.
Las mujeres han sido siempre el primer botín de la guerra. Gengis Kan aseguraba que uno de los grandes placeres de derrotar al enemigo era poder “estrechar contra tu pecho a sus esposas e hijas”. Los soldados soviéticos abusaron sólo en Berlín de más de 100.000 alemanas tras la caída del régimen nazi. Las víctimas tenían entre ocho y 80 años. Y durante la partición de la India hubo padres que mataron a sus propias hijas para evitarles el ultraje de las violaciones en grupo.
La guerra es la ruptura total del orden establecido, una gran fiesta de impunidad para los cobardes, los miserables y quienes pierden el control sobre el demonio interior que todos llevamos dentro. Pero, ¿qué ocurre cuando son precisamente los soldados que fueron enviados a restablecer ese orden quienes cometen las violaciones? ¿Cuándo se abusa de la misma población a la que se ha ido a rescatar?
Ocurrió en Bosnia. En Camboya y Sri Lanka. También en Costa de Marfil. Más recientemente en Haití… Y aunque hay una evidente responsabilidad individual en cualquier hombre que comete una violación, muchas agresiones no habrían sido posibles sin una cultura de impunidad que se extiende desde los mandos militares sobre el terreno a los despachos de la ONU en Nueva York.
La ONU tiene a 120.000 soldados desplegados en 16 países, todos empleados bajo una inmunidad diplomática que los exime de tener que responder de sus actos. Cuando un militar comete una violación, no importa la evidencia de las pruebas, sólo puede ser juzgado por una corte militar en su país de origen. Los acusados son repatriados y su Gobierno no está obligado a informar sobre las medidas disciplinarias impuestas sobre el autor del delito. La razón: no suele aplicarse ninguna.
Todas las iniciativas para establecer un proceso disciplinario coherente, coordinado y efectivo, todos los intentos de reforzar los medios de los equipos de investigación, han sido vetados por los estados miembros o la burocracia de la ONU. La protección de los soldados es sistemáticamente puesta por encima de la de las víctimas.
El diálogo de la película The Whistleblower me recordó a la Camboya de principios de los años 90. Lo primero que hicieron los cascos azules al llegar al país fue abrir decenas de burdeles y llenarlos con jóvenes y niñas compradas a familias desesperadas. Cuando el médico suizo Beat Richner se presentó ante el jefe de la misión para alertar de la situación, preocupado por un súbito aumento de casos de sida, Yasushi Akashi respondió que los chicos tenían derecho a divertirse un poco. “Boys will be boys”, dijo.
La ONU había acudido a rescatar a un país arruinado por el genocidio que al menos se había librado de la epidemia que sufría la vecina Tailandia. Sólo se habían detectado cuatro casos. Pero muchos de los cascos azules procedían de países africanos fuertemente golpeados por el sida. Ni siquiera la recomendación del doctor Richner para que utilizaran preservativos fue atendida. Y así, cuando se marcharon, los militares dejaron una Camboya en la que se producían 200 nuevos contagios al día. El país terminaría enfrentándose a la mayor epidemia del sureste asiático.
The New York Times aseguraba el otro día que el secretario general de Naciones Unidas Ban Ki-moon se sintió “dolido” tras ver la película The Whistleblower. Escribió a su directora, Larysa Kondracki, para admitir que el trabajo de la ONU en la lucha contra los abusos sexuales y la explotación de mujeres por parte de sus soldados “ha dejado muchas preguntas sin respuesta”. Cabe dudar de la sinceridad de un hombre bajo cuyo mandato se ha recortado el personal y los medios dedicados a investigar ese tipo de crímenes. Aunque también es posible que el señor Ban, finalmente, crea necesario subscribir las palabras de una de las protagonistas del film cuando pide que “la ONU no sea recordada por violar a la misma gente a la que debe proteger”.
David Jimenez en Twitter: @DavidJimenezTW
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/blogoterraqueo/2011/09/22/el-burdel-de-la-onu.html
Abrimos este espacio en 2007 cuando en Haití se hablaba también español debido a la presencia de los soldados latinos de la MINUSTAH. Una ventanilla de expresión hispánica para verse mejor . Después del 2010, el mundo hispano se ha acercado bastante a Haití. Sirvio para darse cuenta del distanciamiento de sus vecinos de culturas hispanas casi todas. Esta sigue abierta para recibir todos aquellos que quieran entender y ayudar a esta nación patrimonio de la humanidad.
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