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domingo, 7 de febrero de 2010

EL PADRE RUIZ CREE QUE SALVAR VIDAS ES UN DEBER SUPERIOR A TODO


 Santo Domingo.- Sus primeros pasos en la vida han sido testigos de una catástrofe natural. La que arrastró consigo sus sonrisas, y guarda la intriga sobre el destino que les espera.
Hacia un futuro incierto está encaminada la niñez haitiana, víctima del terremoto que asoló su nación el pasado 12 de enero.
Sin embargo, el corazón noble y solidario que caracteriza al dominicano se manifiesta.
El padre Manuel Ruiz, encargado de los albergues de la iglesia Católica, desarrolla una labor admirable.
Posada de Belén, Vida y Esperanza, en la Capital, y un centro de las hermanas Misioneras Hospitalarias, en el ensanche Isabelita de la zona oriental, son los albergues que dirige.
El procedimiento para acoger a los niños es que hayan salido de un hospital y no tengan un lugar adonde ir. Siempre pendiente de que no se violenten las leyes y los derechos de los infantes, el programa está diseñado para acoger 200.
La edad promedio de los niños y niñas albergados es de siete años.
La asistencia que reciben estos centros viene de gente de buena voluntad, algunas anónimas e instituciones como Unicef, organismo de las Naciones Unidas que se comprometió a ayudar por dos meses.
Los niños son traídos de los hospitales Darío Contreras, Taiwán de Azua, Robert Reid Cabral y Plaza de la Salud.
No se tiene un estimado de tiempo en los albergues, porque la prioridad es su recuperación. Los que tengan familias serán devueltos a Haití, luego de que superen las secuelas del sismo que devastó a la vecina nación.
Un equipo de voluntarios llevará fotos de niño a Haití, justo a los lugares donde fueron encontrados, para establecer contacto con el párroco de esa comunidad y así tratar de localizar a sus familiares.
Con los que se determine que son huérfanos, se darán los pasos legales para ser entregados al Consejo Nacional para la Niñez y la Adolescencia (Conani).
El cuidado de los niños
Voluntarias, un personal nombrado por el Ministerio de Salud Pública, la cooperación internacional, algunas enfermeras y la cooperación de algunas madres que están albergadas junto a sus hijos, facilitan el trabajo en los albergues.
Algunos niños están acompañados de un pariente, ya que no se debe profesar la separación familiar, y además resulta más manejable un niño que al llorar por los traumas sufridos reciba el el apoyo de alguien que hable su idioma.
“Me gusta ayudar y sentí la necesidad de aportar algo a la niñez haitiana”, expresó Celeste Sánchez, una de las voluntarias estudiante de Bioanálisis.
Afectados
Traumas ortopédicos, amputaciones, golpes en la cabeza, traumas psicológicos (delirio, falta de sueño, alucinaciones y ansiedad) y en muchos casos infecciones, son las secuelas en los niños afectados por el terremoto. La posibilidad de adoptarlos dependerá de Conani en coordinación con el Estado haitiano.
“El albergue no tiene un proyecto de adopción, no estamos facultados por la ley para eso, es solo ayuda, el resto lo harán las instituciones correspondientes aquí y en Haití”, expresó el padre Ruiz.
Posibles raptos
Sobre las denuncias de tráfico de niños haitianos por parte de un ministerio religioso de Estados Unidos, el sacerdote declaró: “No me parece que la intención haya sido raptarlos para traficar con ellos. Fueron compasivos ante la urgencia.
Sí existe la posibilidad de haber gente malintencionada buscando niños, pero no creo que sea el caso de los Bautistas”.
El temor ahora es que los niños no puedan ser ayudados por la excesiva burocracia y controles.
Ruiz entiende que salvar la vida de cualquier ser humano es un deber imperioso que debe estar por encima de todo.
Cuando se le pregunta qué lo ha conmovido más, cita el caso de una niña que permanentemente está mirando su pierna amputada, quiere jugar y no entiende por qué tenían que quitarle esa parte de su cuerpo.
Una madre que ve su niño de meses de nacido con ambas piernas amputadas, pero también, escuchar los niños llorar desesperadamente cuando son curados.
Su mayor satisfacción es ver a esos niños sonreír, pese a su actual condición.
(+)
UNA LABOR INVALUABLE

Escasean las palabras para definir esta actividad que realiza la iglesia Católica, a través del padre Manuel Ruiz.
Es el sentir de una comunidad solidaria y empeñada en mejorar la calidad de vida de la niñez haitiana, tan agobiada por una catástrofe cuya magnitud aún no comprenden los espectadores y menos los que la sufren.

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