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jueves, 18 de febrero de 2010

Corrupción en el reparto de tiendas de campaña: Pobre rico, pobre pobre en Puerto Príncipe

   El reparto de ayuda en los campos de refugiados lo hacen comités locales
·         Afectados por el seísmo denuncian que reparten antes a sus amigos las tiendas
·         Miles de personas viven todavía bajo plásticos en la capital
Roberto Bécares | Puerto Príncipe
Endise tiene cinco hijos pequeños. Malvive en seis metros cuadrados bajo unos endebles plásticos que se pueden venir abajo con un simple jarro de agua. Su 'hogar' tras el terremoto del pasado día 12 de enero está en un campo de refugiados frente al aeropuerto de Puerto Príncipe. Sus 'techos' ni siquiera tienen sujección. Son sábanas, plásticos y cartones tendidos sobre cuerdas.
"Hace tres días llovió y todo se llenó de agua. Nos dejaron dormir en una tienda buena, de las que hay aquí al lado, porque ésta se convirtió en un lodazal, lleno de barro", explica Endise, que como miles de haitianos ni siquiera tiene una tienda de campaña decente y sufre en sus propias carnes la corrupción a pequeña escala donde conocer a alguien cambia tu vida. "Llevo solicitándola desde que llegue aquí tras el terremoto. Ayer me cogieron el nombre, pero no se cuándo me la darán, así no podemos estar más; hay gente que lleva pocos días y ya tiene una", dice.
La imagen sorprende en la entrada principal a Puerto Príncipe desde la ciudad fronteriza de Jimani. A un lado de la carretera, tiendas cedidas por la Agencia Española de Cooperación y Desarrollo, la Organización Internacional de Inmigración (OIM) y otras ONG y organizaciones dependientes de la ONU. Son como pequeños hangares blancos, de alrededor de doce metros cuadrados, consistentes, con un suelo impermeable, ancladas al suelo y a priori seguras para cuando caigan las primeras tormentas sobre Haití, que empiezan en un mes. El suelo está limpio en el campamento y se celebra misa bajo los árboles.
No hay tiendas que valgan
Al otro lado de la carretera, como una frontera entre el Primer y Tercer Mundo, pegada al muro del aeropuerto, otro campo de refugiados donde no hay tiendas que valgan. Es un residencial-tendedero rodeado de agua de desagüe. Los niños juegan al fútbol regateando desperdicios. No hay misas, ni árboles bajo los que refugiarse del calor. Las casas son sábanas en el aire.
Como en todo Haití, cada una de estas pequeñas ciudades, que dan cabida a los cerca de un millón de personas sin hogar, son gestionadas por un comité organizador, que suele estar liderado por jefes vecinales. Reciben la ayuda de la Protección Civil, dependiente del Ministerio del Interior, que es la que distribuye las tiendas que van llegando. Los perjudicados se quejan de que si no conoces a alguien en esa camarilla de poder recién creada vas apañado.
"Hay gente que llegó aquí más tarde que yo, que vine poco después del seísmo, pero como conocían a alguien del comité se la dieron antes. Es injusto, ¿usted puede hacer algo?", pregunta uno de los afectados, Matines Masné, mecánico, cuya casa en Delmas es ahora un pedregal. Sobre la tierra del interior de su cubículo se ve ropa llena de barro. "Me siento impotente, veo que otra gente tiene ayuda y yo no", concluye.
Las tiendas de campaña son obviamente una solución temporal, pero mientras la Comunidad Internacional busca arreglar la situación -representantes de EEUU, la ONU y la UEtratan el tema desde ayer- se antoja como el único recurso. "Buscar unas solución adecuada a algo tan complejo es severamente difícil. No queremos convertir Puerto Príncipe en una zona de campo de refugiados

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