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lunes, 27 de diciembre de 2010

De insolidaridad y desconfianza

* ESCRITOR, POR JOSÉ SERNA ANDRÉS - Lunes, 27 de Diciembre de 2010 YA sabemos que los recientes acontecimientos de Haití son poco presentables en sociedad. Ha de suponerse que la ONU y las ONG occidentales han sido el principal activo de regeneración del país tras el trágico terremoto que dejó un balance de más de trescientas mil muertes y un millón largo de personas damnificadas. Después llegó el huracán, y ahora el cólera. Resulta que una parte del pueblo de Haití despide con cajas destempladas, y piedras, a los representantes del más alto organismo mundial. Ya han muerto dos personas a manos de las "fuerzas de paz" o "cascos azules" y ha habido decenas de personas heridas. Es difícil saber con exactitud el origen del cólera que ha causado ya más de mil muertes, y algo similar puede suceder a la hora de detectar el origen de la cólera.
El problema de esta mortal plaga, que no había tenido presencia en este país desde hace cien años, lo dejamos para los especialistas médicos, pero hay quien dice que la cólera haitiana tiene que ver con las próximas elecciones. Sería terrorífico si se comprueba que quienes aspiran a gobernar este país realizan este gesto mafioso. Difícilmente puede levantar un país, y servirlo, quien actúa de tal manera que quiere servirse de él para sus intereses. ¡Qué triste! Se dice que otra posible causa de la cólera haitiana es la desesperación. Si la ONU significaba la única posibilidad de agarrarse a un clavo ardiendo, la situación es tal que ya no se cree en nada, no se espera nada. Y quienes lo observamos todo desde la barrera sentimos una especie de compasión que no es tal, porque la auténtica compasión es aquella de quien no se encuentra en paz hasta que todos los seres hayan conseguido superar sus sufrimientos tal y como indica una invocación budista: "Que todos los seres tengan felicidad y lo que causa la felicidad. Que todos sean libres de pena y de las causas de la pena. Que no se separen nunca de la felicidad sagrada en la que no hay sufrimiento alguno. Y que todos vivan en ecuanimidad, sin demasiado apego ni demasiada aversión. Y que vivan creyendo en la igualdad de todo lo que vive". Pero no vivimos tiempos de compasión. Tras nuestras palabras de solidaridad hay algunas ONG envidiables, pero otras medidas se quedan en unos presupuestos económicos, a cargo de terceros, que ni siquiera se cumplen. ¿O acaso la situación de Haití, no es más que la punta del iceberg de un mundo profundamente injusto? Pero si la solidaridad con Haití es insuficiente, la solidaridad en Haití no ha muerto.
Resulta interesante acercarse a escritores y poetas haitianos que quieren decir su verdad contra el concepto de "isla maldita" y desean destacar la existencia de compasión y solidaridad entre quienes sobreviven, y que escapa a la mirada de las televisiones de occidente. Se trata de un pueblo que se niega a desaparecer y que mantiene su dignidad.
Decía el alcalde de Puerto Príncipe, Yves Jason: "En nuestra situación uno mira a la muerte a los ojos y es ella quien acaba bajando la mirada". El poeta, dramaturgo y novelista Franketienne, que fue atrapado en su casa durante el terremoto ha afirmado: "Hasta ahora dormimos en el patio. Es duro pero aguantamos. La vida debe seguir. Tal como lo dice Nietzsche, se debe seguir creando más allá de las tumbas. (…) No estamos hechos de hierro, ni siquiera de madera. Pero aguantamos. Aguantamos." El escritor Dany Laferrière, autor de la novela El enigma del regreso ha contado su experiencia tras el terremoto: "Después de los primeros momentos de silencio y de angustia, la gente empezó a salir, a organizarse y a taponar las grietas de las casas. Lo que salvó a Puerto Príncipe fue la energía de los más pobres. Desplegaron una energía inmensa en toda la ciudad para ayudar, para buscar alimentos. Gracias a ellos la ciudad se vio viva. Sin ellos, Puerto Príncipe hubiera sido una ciudad muerta, porque muchas de las personas acomodadas que tenían con qué alimentarse preferían quedarse en casa". Y el escritor Louis-Philippe Dalembert decía a Libération: "La solidaridad espontánea compensa la ausencia del Estado y la falta de asistencia organizada. Por supuesto, no tiene la misma eficacia. Pero algo es algo. (…) A menudo uno regala algo de comer a alguien y recibe espontáneamente algo a cambio. Te doy arroz o pastas y me das aceite. Por la noche nos juntamos en el patio de la casa de algún vecino o en la plaza del barrio. Cada cual trae lo que puede. Hay quienes no traen nada, pero todos comemos juntos. Durante un breve momento nos olvidamos de la ciudad arrasada que nos rodea. Y pensamos que el pueblo vale muchísimo más que sus dirigentes. Esos actos de solidaridad escapan a la mayoría de los medios de comunicación internacionales. Quizás no les interesan. Pero finalmente el hecho de que los extranjeros no los vean es un buen síntoma. Significa que quienes se muestran solidarios con los demás lo hacen con discreción. Y eso les honra. Si los enviados especiales no ven esa solidaridad, es también porque deciden mostrar otra cosa al mundo: escenas de saqueo o de motines. Aun así estas escenas no se dan a menudo, resultan más fáciles de vender que el espectáculo de una población desasosegada, sentada en las calles o las plazas en espera de la distribución de la ayuda humanitaria". El poeta, dramaturgo y novelista, Anthony Phelps, de 82 años, decía después del terremoto: "¿Quién va a volver a dibujar mi país? En la mesa de discusiones para la reconstrucción de Haití quiero que además de las voces de los grandes socios capitalistas, se oigan las de Cuba y de la República Dominicana para llevar a cabo una reconciliación digna. También se debería oír a los artistas y creadores. De igual manera, es preciso dar la palabra a los habitantes de los barrios ricos y pobres. Todos juntos deberían decidir acabar de una vez por todas con las ciudades-miseria". Y el novelista Lyonel Trouillot decía: "Los responsables del Estado haitiano y del estadunidense empiezan a declarar que no asistimos a una ocupación. Eso significa que oyen muy bien el fragor popular y que entienden que en su mayoría los haitianos no quieren que se les confisquen sus derechos políticos bajo el pretexto de ayudarlos a salvarse y reconstruir su país".
Los ataques a las fuerzas de la ONU parecen ser ciertos, pero no es lo único que sucede respecto a la lucha contra el hambre y el cólera. Cuando alguien se pregunta quién nos salvará de los salvadores algunas voces afirman que será el mismo pueblo de Haití, con su dignidad, su solidaridad, su confianza, aunque desde aquí sintamos desconfianza e insolidaridad.
http://www.deia.com/2010/12/27/opinion/tribuna-abierta/de-insolidaridad-y-desconfianza

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