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miércoles, 18 de enero de 2012

Haití: no queremos más turistas del desastre

Mildrade Cherfils, Boston (EEUU)
GlobalPost
FOTO:
 Haití conmemora el segundo aniversario de un seísmo...
Visitas para repartir o enviar cerca de 2.000 millones de dólares son los regalos de una diáspora haitiana que vive principalmente en EEUU. Pero muchos expertos, aunque agradecidos, se muestran críticos con este tipo de ayuda alegando que lo que necesita Haití es que la gente vuelva para quedarse mucho tiempo trabajando por su país.
Después de regresar de su viaje anual a Haití el pasado mes de julio, Ketlye Theodore se presentó frente a una congregación de la iglesia un domingo lluvioso para contar la miseria de la que fue testigo durante su estancia de dos semanas. Su voz se elevó y decayó, marcada por el amén de la multitud.
Habló sobre el alojamiento, aparentemente permanente, en tiendas de campaña, en la era pos-terremoto, de los adultos apáticos y de los niños sin nada que comer, que carecen de las necesidades más básicas.
“Si vas a Haití, estás a punto de llorar todos los días”, dijo después.
Cada año, esta auxiliar de enfermería de 42 años de edad gasta cientos de dólares en jabón, pasta dental y otros artículos de tocador y recoge los paquetes de donaciones de ropa y calzado para prepararlos para el viaje. Theodore dijo que durante estos viajes también lleva miles de dólares en efectivo, manteniéndolos a salvo al colocarlos en los pliegues de su ropa interior.
A menudo, el dinero que regala es el suyo, pero unos meses antes de cada viaje solicita pequeñas donaciones a amigos, compañeros de trabajo y miembros de la Iglesia Haitiana del Nazareno, a la que asiste en el barrio Mattapan de Boston. Incluso con cinco dólares se hace un gran camino, dice esta madre de tres hijos, y por lo general la gente está feliz contribuyendo.
Son todavía más felices cuando regresa con fotos mostrando cómo se ha utilizado su donación.
Una vez que Theodore llega a Puerto Príncipe hace una parada en boxes en su camino hacia la casa de su familia en Port-de-Paix, en la costa norte de Haiti, donde cambia los dólares de EEUU en moneda local (gourde) y separa el dinero en sobres para distribuirlo la víspera de su regreso.
La distribución suele ir precedida de una gran comida de arroz y pollo, espaguetis y pan que se organiza bajo una lona en el patio de su abuelo para más de 300 personas. “Es un gran trabajo”, explicó pero lo hago de buen grado como parte de nuestros deberes como cristianos devotos.
Theodore da la bienvenida a los huérfanos, las familias, los desplazados y personas sin hogar: básicamente, cualquier persona necesitada. Todos son bienvenidos a unirse al servicio de adoración que acompaña a la comida, generalmente dirigido por un pastor local y se llena con el canto y la oración, una parte importante del tejido social en un país donde el 80 por ciento de los habitantes son católicos.
“Desde el terremoto, la situación ha empeorado en Haití”, dijo Theodore en un inglés con acento. “Cuando Dios te pide que hagas algo, hazlo, pero no puedes cambiar Haití”.
La peregrinación anual que ha hecho Theodore desde 1998 para alimentar los estómagos y las almas, que también incluye visitas a cárceles y hospitales, es similar a la de muchos haitianos que viven en el extranjero. Pero estos viajes, un alimento básico de los más de 500.000 miembros de la diáspora haitiana en EEUU, han adquirido más importancia desde el terremoto de enero 2010.
Más que una cuerda de salvamento crítico que conecta a los haitianos en el extranjero con los que están en la isla, los viajes a casa ahora llenan algunas de las grietas en un territorio donde todavía no han llegado miles de millones de dólares de las ayudas prometidas por los donantes a raíz del desastre.
Una serie de factores, que van desde la burocracia de Haití a la epidemia de cólera, a la falta de coordinación de las ONG para impulsar la retirada de escombros - parecen bloquear incluso a las agencias más grandes, incluso a medida que continúan renovando sus promesas de financiación.
Las variaciones sobre la historia de Theodore son familiares en la comunidad de la iglesia de Haití y también lo son las historias de advertencias. En noviembre, el Departamento de Estado de EEUU advirtió a los ciudadanos que viajan a Haití de los secuestros, que sumaron 12 el año pasado, junto con 82 robos registrados, una mejora con respecto a los 60 secuestros denunciados de ciudadanos de EEUU en 2006.
La historia de una mujer haitiana-estadounidense en un viaje organizado por la iglesia que fue robada y secuestrada para pedir un rescate circuló ampliamente entre las iglesias en Boston este verano.
Y aunque su madre y su hermano confirmaron las informaciones sobre el secuestro, la mujer declinó entrevistarse con nuestra publicación, alegando el trauma que había experimentado, así como que la investigación estaba en curso.
Incluso Theodore dijo que la desesperación era palpable cuando hizo su última visita. Estallaron violentas peleas durante la distribución de alimentos. En su próximo viaje, planea ponerse en contacto con la policía para pedir ayuda de antemano. “Si alguien se lastima, será mi responsabilidad”, dijo.
No todo el mundo está de acuerdo en que estos esfuerzos dispersos sean la clase de soluciones necesarias para reconstruir un país devastado por el terremoto de 7,0 grados de magnitud que arrasó regiones enteras del mismo.
”Eso no es lo que Haití necesita ahora”, afirma Wladimir Louis-Charles, un médico y consultor de salud de Nueva York que ha viajado con regularidad a Haití para tratar a los supervivientes del terremoto. “Haití necesita una diáspora que diga: “Voy a trabajar y a cambiar las cosas”.
Si bien reconoce el bien que proviene de los cerca de 2.000 millones de dólares que envía Estados Unidos al año en remesas formales e informales (según las estimaciones del Banco Mundial), con los que contribuye la diáspora a la isla, Louis-Charles se muestra crítico con los denominados turistas del desastre que “llegan el miércoles y se marchan el lunes” con el pretexto de hacer obras de caridad. La gente tiene que venir y quedarse un tiempo, explica.
Expresa su consternación por lo poco que ha cambiado sobre el terreno después de tantas promesas. En todo caso, parece que hay menos sentido de urgencia entre los cooperantes y más sentido de la resignación y de la aceptación de su destino entre las víctimas del terremoto, dice Louis-Charles.
“Se han acostumbrado a las charlas, las visitas, las sesiones de fotos pero no saben nada sobre cómo van a salir de eso”, dice de los pacientes a los que ha frecuentado en algunos hospitales, clínicas y campamentos. “Muchas personas se dicen a sí mismos en última instancia: “esto es un hecho, aquí es donde estoy y dónde me voy a quedar y ésta es mi vida”, concluye.
Los haitianos en el extranjero parecen estar ajustando su enfoque también. En una reunión comunitaria en Boston este verano, el tema candente era el estatus de protección temporal migratorio ofrecido a algunos haitianos a los que se les permitió entrar en Estados Unidos después del terremoto.
Las conversaciones alternan entre las preocupaciones de los que tienen demasiado miedo de renovar sus papeles por el temor a ser deportados y los que defienden la presentación antes de la fecha, buscando trabajo y beneficiando económicamente a las familias que regresen a casa.
Y en Nueva York, en una sesión de brainstorming de activistas haitiano-estadounidense que incluía un filántropo, organizadores comunitarios y trabajadores de ayuda humanitaria, el debate se centró en la generación de una lista de prioridades para Haití, como por ejemplo la educación, la infraestructura y la gobernabilidad y la mejor forma de unir a los responsables políticos para apostar por políticas de transparencia financiera de la reconstrucción.
Según dijo el grupo, se estaban celebrando por todo el país reuniones similares como parte de una gira para escuchar opiniones.
Pero a pesar de la lentitud sobre el terreno, algunos como Louius Ivens, un fisioterapeuta, se mantienen activos y optimistas, creyendo que es su deber conseguir poner de nuevo en pie al país, con o sin ayuda internacional. “Tenemos que traer al país lo que podamos”, dice.
Louis, de 28 años, pasó los primeros días después de la catástrofe viendo a muchedumbres de las víctimas del terremoto sin hogar con extremidades aplastadas y heridas abiertas tambalearse en la República Dominicana, en el centro de rehabilitación donde se encontraba trabajando en ese momento, con su situación agravada por su incapacidad para hablar español.
Al principio, trabajó con especialistas internacionales para reparar los huesos rotos, pero en poco tiempo decidió que su país necesitaba su propio centro para el tratamiento de tales víctimas vulnerables, especialmente desde que la discapacidad significa la exclusión de la sociedad. “En Haití… tener una discapacidad significa que la vida ha terminado”, dice.
Con un presupuesto reducido obtenido a partir de las contribuciones de un pequeño grupo de fundadores, fundó Fonhare, un centro de rehabilitación en la costa norte de Haití, que ha tratado a más de 360 pacientes - independientemente de su poder adquisitivo - desde su apertura en julio. Para ser tratado allí, algunos viajan desde lugares tan lejanos como la capital, en un viaje en autobús de siete horas.
"¿Cómo puede la gente vivir en una situación como esa?" es lo que Freau Lamonge se encontró preguntándose a sí mismo cuando visitó su tierra natal el pasado verano por primera vez desde el terremoto.
Baños portátiles desbordados, niños desnudos bañándose en un sitio cercano a cielo abierto y el insoportable hedor en lugares de interés turístico, como el Fuerte Nacional y los Campos de Marzo, abrumaron a esta personalidad de la radio, de 47 años de edad, de Radio Energy de Boston.
http://noticias.lainformacion.com/mundo/haiti-no-queremos-mas-turistas-del-desastre_PtV8746JgxHJYFbk5NyOy7/

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