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lunes, 14 de enero de 2008

REPORTAJE ESPECIAL: Emigrar a un país pobre desde uno más pobre: de Haití a RD

Jason Deparle
JUAN GÓMEZ, República Dominicana.- Las casuchas hechas con madera de desperdicio en una ladera lodosa son la versión de la tierra prometida para el hombre pobre. Tienen techos con goteras y suelos sucios, y carecen de luces y agua corriente. Pero cientos de inmigrantes haitianos han arriesgado su vida para venir aquí y trabajar en los campos cercanos, y son parte de una tendencia global: migrantes que se mudan a países pobres desde países aún más pobres.

Dos veces por semana, cientos de haitianos cruzan la frontera para comprar en el mercado binacional.
Entre ellos se encuentra Anes Moisés, de 45 años, un hombre de piel oscura con matas de cabello gris, quien ha trabajado en los campos de República Dominicana durante más de una década, siempre ilegalmente. Los patrones de la granja le pagan cinco dólares al día y le dicen que los haitianos apestan. Los soldados lo han llamado “diablo” de piel oscura y lo han deportado cuatro veces.
No obstante, debido a que los ingresos promedio en República Dominicana son seis veces mayores que los de Haití, Moisés ha reaccionado a cada expulsión contratando a un contrabandista para que soborne a los guardias fronterizos y lo guían de vuelta.
“Nos vemos obligados a regresar aquí, no porque nos guste, sino porque somos pobres”, afirmó. “Cuando cruzamos la frontera, estamos un poco mejor. Podemos comprar zapatos y tal vez una gallina”.
Hacia “el sur del sur”En el mundo en desarrollo, los migrantes se mudan a otros países cercanos con la misma frecuencia con que se mudan a países ricos. Sin embargo, sus números y sus penalidades no suelen ser tomados en cuenta.
Típicamente, son al principio más pobres que los emigrantes a países ricos, ganan menos dinero y es más probable que viajen ilegalmente, lo que hace aumentar las probabilidades de sufrir abusos. Se trasladan a países que, en comparación con las naciones ricas, les ofrecen a los inmigrantes menos protección legal y menos servicios.
No obstante, lo que perciben ayuda a sostener algunas de las personas más pobres del mundo.
Hay 74 millones de migrantes del “sur del sur”, según el Banco Mundial, que usa el término para describir a cualquiera que se muda de un país en desarrollo a otro, sin importar la situación geográfica. El banco estima que envían a casa de 18,000 a 55,000 millones de dólares cada año (el banco calcula también que 82 millones de migrantes se han trasladado del “sur al norte”, o de países pobres a otros más ricos).
Los nicaragüenses construyen edificios en Costa Rica. Los paraguayos recogen los cultivos argentinos. Los nepaleses excavan minas en India. Los indonesios limpian casas malasias. Peones de Burkina Faso cuidan los cultivos en Costa de Marfil.
Algunos ahorran para viajes más costosos al norte, mientras que otros encuentran que el traslado de una tierra pobre a otra es todo lo que podrán pagar. Mientras los países ricos cierran sus fronteras, es probable que la migración dentro del mundo en desarrollo.
“La migración del sur al sur no solamente es enorme, sino que llega a diferentes clases de personas”, afirmó Patricia Weiss Fagen, investigadora de la Universidad de Georgetown. “Estas son personas muy, muy pobres que envían dinero a personas aún más pobres y con frecuencia llegan a áreas rurales a donde no llega la mayoría de los envíos”.
El caso haitiano
La emigración de haitianos a República Dominicana, su vecino en la isla de la Hispaniola, ha sido grande, constante desde hace tiempo y llena de penalidades. Los hispanoparlantes dominicanos se refieren con irritación a una ocupación haitiana que terminó en 1844.
Los haitianos, que hablan criollo, señalan a 1937, cuando se estima que una masacre dominicana a lo largo de la frontera cobró la vida de decenas de miles de haitianos.Los trabajadores haitiaLos tranos comenzaron a llegar en grandes números hace casi un siglo, como ayuda temporal en los campos de caña de azúcar.
Pero muchos trabajan ahora durante todo el año en granjas o sitios de construcción urbanos, lo que hace aumentar su visibilidad y el potencial de conflictos. Las estimaciones varían enormemente, pero las autoridades dominicanas fijan la cifra de inmigrantes haitianos en un millón, o el 11 por ciento de la población.
En opinión de los haitianos, los problemas van más allá del trabajo duro y los bajos salarios, hasta la violación sistemática de sus derechos. Los dominicanos se benefician de su trabajo, afirman, pero les niegan documentos para trabajar, los deportan a su antojo y los discriminan en la creencia de que los haitianos tienen la piel más oscura. “No hay justicia aquí”, dijo Moisés.
Con frecuencia, los dominicanos se representan a sí mismos como vecinos generosos con recursos limitados, obligados a soportar la carga del mal estado, la indigencia y las enfermedades epidémicas en Haití. Aseguran que les ofrecen a los haitianos servicios y empleos -- 30 por ciento del presupuesto de salud pública es gastado en haitianos, según funcionarios gubernamentales -- mientras soportan sermones sobre derechos humanos por partes de países muy alejados de la pendencia.
El ingreso per cápita en República Dominicana es de 2,850 dólares; en Haití es de 480 dólares. El choque de civilizaciones puede ser visto a lo largo del Río Masacre, una vía fluvial lodosa de muy poca profundidad que las divide. En el lado dominicano, Dajabón es una ciudad comercial con 10,000 habitantes, con calles pavimentadas, servicios públicos y un nuevo café internet. Su contraparte haitiana, Ouanaminthe, es siete u ocho veces más grande, sin alumbrado municipal o agua corriente. Los caminos de tierra están llenos de basura y cerdos.
Dos veces a la semana, los dominicanos abren el puente, y miles de haitianos se apresuran a cruzar para comprar productos que son escasos en su lado: huevos, clavos, harina, concreto, zanahorias, salami, jugos, aceite para cocinar, gallinas vivas y sillas de plástico. El perímetro del mercado es patrullado por guardias armados, quienes tratan de asegurar el regreso de los haitianos.
El soborno y la violencia son comunes. En un caso actualmente ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, soldados dominicanos son acusados de disparar indiscriminadamente contra el camión de un contrabandista. Seis haitianos murieron.
Dos docenas de haitianos en un camión de contrabandistas se asfixiaron el año pasado. Sus cuerpos fueron arrojados al camino.
El pueblo de Juan Gómez se encuentra a 56 kilómetros al este de la frontera, después de tres puestos militares que registran en busca de inmigrantes ilegales.
El río Masacre, que divide a Haití y República Dominicana, es testigo silente de la migración de cientos de haitianos.
Pero sus inmigrantes ilegales, como Moisés, viven a plena vista. Su presencia abierta apunta a las sospechosas reglas no escritas: los haitianos capturados en la frontera suelen ser enviados de regreso, mientras que se les suele permitir quedarse a aquellos necesarios para los patrones, al menos hasta que alguien lo objeta.
“No entrevistamos en el lugar de trabajo”, dijo Carlos Amarante Baret, director de inmigración dominicana. “Entendemos las necesidades del sector agrícola”. Admitió que la situación “beneficia al terrateniente” y que el extranjero, “debido a su posición de extranjero, es vulnerable”.
Entre un lado y el otro

Reunidos aquí, en una pequeña iglesia en lo alto de una colina, metida entre las casuchas, los trabajadores hablaron sobre las dificultades de las que huyeron y de las que encontraron.
Jacqueline Bayard afirmó que la amenaza de ser deportados deja a los trabajadores impotentes. Katline Auguste señaló que la falta de documentos legales le ha impedido visitar a sus niños en Haití desde hace tres años.
Lorvil Seus dijo que vive con el temor de la violencia vigilante, como en un conocido incidente en la cercana Haltillo Palma, en el que fue asesinado un pastor haitiano --y otros 2,000 haitianos fueron deportados-- tras la muerte de una mujer dominicana. Los asesinatos por represalia se propagaron, y tres haitianos fueron quemados vivos cerca de Santo Domingo, la capital.
Algunos emigrantes del sur al sur son “empujados” por guerras y crisis políticas. Otros son “jalados” por los empleos y los mejores salarios. Algunos migrantes siguen el trabajo de temporada. Algunos echan raíces. Algunos países --Argentina es uno-- se ha apresurado a amnistiar a los inmigrantes. Otros, incluyendo a Nigeria e Indonesia, los han sometido a deportaciones en masa.
Muchos países envían y reciben simultáneamente una gran migración. Una razón de que haya empleo para los haitianos es que muchos dominicanos se han marchado a Estados Unidos.
Eso revela lo que Dilip Ratha, un economista del Banco Mundial, llama un doble estándar común. “Muchos países desean un buen trato para sus propios ciudadanos en el extranjero, pero ellos mismos no tratan bien a los inmigrantes”, aseguró.
Una estrella de cine de la India llamado Hritik Roshan desencadenó un disturbio mortal en Katmandú, Nepal, en el año 2000, cuando se afirmó que dijo que “odiaba” a los nepalíes.
A veces, los costarricenses llaman despectivamente “nicas” a los nicaragüenses. En el 2005, dos Rottweilers mataron a un nicaragüense sospechoso de ser un ladrón, ante la mirada aprobatoria de una multitud. Se extendieron por el país los chistes que elogiaban a los perros.
No obstante, Manuel Orozco, de Diálogo Interamericano, un grupo de investigación en Washington, advirtió en contra de ver la migración del sur al sur solamente bajo una luz negativa. Calcula que los haitianos en República Dominicana envían a casa 135 millones de dólares anuales.
“Los países de destino se benefician de la mano de obra extranjera”, dijo Orozco, mientras que los inmigrantes consiguen trabajo. Afirmó que el desafío es crear políticas que “promuevan el desarrollo para los dos países, al tiempo que protejan a los migrantes y a sus familias”.
“Dejar simplemente que suceda la migración no es suficientemente bueno”, agregó.
http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=44168
Comentario:
Un artículo interesante que presenta la migración haitiana hacia la República Dominicana como apéndice de un fenómeno mundial importante y necesario. Ahí el autor se aleja de los clichés “cansones” que sacan la problemática de toda visión objetiva.
Vale la pena leerlo para entender y reflexionar….

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